Siem Reap desde hoy es más especial para mi
La mayoría de gente tiene claro que Siem Reap (Camboya) es uno de los lugares imprescindibles del mundo gracias a los Templos de Angkor. Pero si bien este sitio es especial, para mí lo es aún desde hace un par de meses gracias a un gato.
Os cuento la historia
Estaba cenando con unas amigas en un restaurante cerca del guest house donde nos alojábamos. Al día siguiente íbamos a visitar una de las maravillas del mundo y había que descansar. El amanecer lo veríamos desde allí. Teníamos que levantarnos pronto. Cuando nos disponíamos a pagar la cuenta y salir, apareció ante mis ojos una bolita negra muy pequeña. Era un gatito de tan sólo 2 semanas. Enamorada de los animales, y de los gatos en especial, tenía que cogerlo, tocarlo y darle mimos. Era tan bonito que era imposible resistirse.
Ya nos íbamos, cuando los dueños del restaurante, una pareja de jóvenes recién casados y esperando a un bebé humano, me preguntaron si quería quedarme al gato. Al principio pensé que había entendido mal la pregunta. A veces cuando el idioma es tan diferente e incluso hablando el “mismo inglés” cometes errores tanto de expresión
como de entendimiento. Así que les hice repetir la pregunta. Pero no, no lo había entendido mal. Tranquilamente me explicaron que no querían al gato. Que era suyo pero que no le iban a dar de comer hasta que se muriese. Mi mal humor empezaba a aparecer.
¿Qué hice con el gato?
Después de escuchar sus insustanciales excusas. Y tras comprobar que efectivamente el gato no iba a tener un buen destino en sus manos, decidí llevármelo con los consiguientes problemas que me iba a acarrear la situación. Pero no podía dejarlo allí. No sabiendo que su destino estaba escrito, así que decidí cambiarlo.
En mi alojamiento no permitían animales. Tuve que jugar al escondite con los trabajadores y entrar a “Little Angkor”, que es el nombre que le puse, escondido en una mochila. Desde ese momento, se convirtió en el carrito para este nuevo bebé.
¿Qué decir de él?
Se portó como un campeón para que nadie le escuchara y averiguase que estaba en la habitación conmigo. Dormía pegado a mi piel o encima de mi cabeza. De vez en cuando se subía a mi cadera a terminar el sueño (yo duermo de lado).
Muchos problemas pero todos con solución
Encontrar comida apropiada no fue tarea fácil en este país. En el supermercado compraba latitas de atún o de salchichas y se las daba bien troceaditas. ¡Es que era un gato tan pequeño!
Little Angkor tenía problemas para hacer sus necesidades, y su barriga se hinchaba cada vez más. Así que buscando información en internet, porque aunque he tenido muchos gatos en mi vida, nunca me había pasado esto, descubrí que para ayudarle, necesitaba masajear y estimular sus partes genitales para activar el organismo y ayudarle a “que fuera al baño”.
Cuatro días pasó conmigo, 24 horas al día. Metido en la mochila lo llevaba a pasear por la ciudad, entró conmigo a los templos (también está prohibido), vino conmigo a comer o dormíamos juntos. Pero el final se acercaba y no me lo podía quedar. Tenía que salir del país por caducidad del visado y todavía me quedaba más de un mes de viaje, recorriendo otros dos países, incluido algún avión que otro. Sin papeles del animal y sin cuarentena, no me lo podía llevar muy lejos de allí y las protectoras de animales brillan por su ausencia, al menos en Camboya.
La estrella apareció en el momento adecuado
Pero la suerte quiso que al final encontrara a Josette. Una francesa que llevaba unos años viviendo en Siem Reap y que tenía gatitos alojados en su casa y en una pagoda budista: “Siem Reap Pagoda Cats”. Es una organización sin ánimo de lucro que se dedica a cuidar de los animales callejeros (en especial gatos). Cuando ya son adultos, los llevan al templo budista. Josette al principio me dijo que no, estaba saturada y tenía la casa llena. Y aunque la comprendía porque sé cómo funcionan las protectoras, ella era la única estrella que había aparecido en mi camino para ayudar a mi bola peluda negrita. Tras muchas conversaciones al final decidió ayudarme, ya que según ella, había visto que de verdad yo amaba a los animales y que el gato merecía una oportunidad. Todos se lo merecen estaréis pensando, y así es, pero en el sudeste asiático hay demasiados animales callejeros. Es algo “normal” por lo que se dificulta la labor de las protectoras y de la gente que de alguna manera queremos ayudar.
Quedé con Josette al día siguiente en un restaurante. De allí iríamos a su casa, que es donde tiene a los gatitos pequeños hasta que son autónomos para llevarlos al templo. Le llevé un donativo por el favor, algunas latitas de comida especial (ella me dijo en qué lugares concretos podía encontrar comida para animales).
La nueva casa de “Little Angkor” y su triste final
Little Angkor se quedó allí junto a sus nuevos 7 hermanitos con los que compartiría los días siguientes hasta que se hiciera un poco más mayor. Al día siguiente yo salí del país. Durante los días posteriores, Josette me iba informando de la evolución de Little Angkor y me mandaba fotos. Aunque asustado al principio y durmiendo detrás de la nevera, poco a poco se iba socializando con el resto y parecía que todo iba bien. Y digo parecía porque a los 5-6 días murió. Estaba muy débil. Había sido separado de su madre cuando tan sólo tenía unos días. Y aunque aparentemente estaba sano, por dentro las pocas defensas que tenía se lo iban llevando.
No pude evitar llorar cuando me enteré. Hubiera preferido que tuviera una mejor vida. El pobre con tan sólo 2 semanas, ya había pasado mucho. Quizá era mejor así. Desde luego tengo claro que Josette hizo un trabajo magnífico y ayudó al pequeño en todo lo que pudo. Por ello quería escribir estas líneas para agradecerle su labor y animarles a que sigan haciendo su buen trabajo, aunque cada vez existan más dificultades para ello.